viernes, 18 de marzo de 2022

La Big Bang



Había una mujer que pedía, pedía y pedía. Cada vez que lo hacía, abría la boca y de sus entrañas brotaba todo aquello que la había frustrado, todo aquello que la había marcado, todo aquello que, habiendo sido bueno se convertía en malo porque cada pedido que ella hacia venía de su infierno personal. Fue caminando la vida y a medida que avanzaba se fue llenando de causas, todas esas que nadie podía soportar durante mucho tiempo, porque eran causas perdidas y archivadas o invisibles para el resto. Entonces ella, feliz por encontrar en que ocupar su deseo de pedir, trabajaba denodadamente para triunfar en contra del mundo, que es muy grande y devora vidas humanas. Como la de ella era tan pequeña como la de los demás, esas causas que nadie quería se iban pegando a su cuerpo haciéndola sentir fuerte porque ya nada le llegaba, haciéndola sentir sola porque se transformaba día a día en un collage de persona y cosas que todos rechazaban. 

Paso el tiempo, tuvo un hijo y su vida cambió. Ya no estaba sola, ahora tenía un aliado para enfrentar todo aquello que la ofendía. Pero era tan pequeño, tan desvalido y vulnerable que no favorecía su urgencia de pedir, la demoraba en llegar a donde iba. Todo su ser le decía al retoño que se apurara mientras lo cargaba en brazos. Lo amaba pero deseaba que creciera para estar a su altura y defenderla del apetito del mundo o al menos ser su compañero de lucha. Fue así que el niño se desarrolló  más lentamente, tomado por la incongruencia de su madre, que lo amaba pero no dejaba de reclamarle que se hiciera hombre. Estos dos seres no podían conciliar pero se necesitaban. Ella porque era dueña de él y el niño por pequeño. Pero un día su hijo enfermó, comenzó a expresar en su cuerpo todas las frustraciones y detuvo su mente para no entender lo que en realidad le pasaba. Encontrar una salida sería abandonarla y la culpa que sentía por solo pensarlo le sacaba el aire, lo ponía mustio y desvitalizado. Por eso se quedó junto a ella pero muriendo en vida. Esa situación la golpeó tan profundamente que en vez de decidir cambiar se volvió loca de ira y como su instinto le impidió matarlo, simplemente se enojó con los otros que por piedad la dejaban seguir transitando. Y comenzó a romper todo lo que la rodeaba, a maldecir a todos y a lastimarse ella misma. ¡Gritó! Abrió su enorme boca y siguió gritando. Y dejó de pedir para exigir que la escucharan, que le dieran espacio. A ella, a su hijo y a sus causas. Se fue  volviendo irracional e insana, fue invadida por sus propias monstruosidades que se sintieron cómodas y la fueron destruyendo, lenta y despiadadamente. Y sencillamente, como ese Big Bang del que tanto hablan, la presión la fue comprimiendo de tal manera que la única salvación que tuvo fue explotar para desaparecer. 

El niño, ya hombre recogió pedazos de su madre y los guardo en sus entrañas. Tal vez esa negritud creció en él pero nadie sabe dónde está. Tal vez reine en algún continente ideando genocidios o santificando cadáveres. ¿Quién lo sabe?

Es un mundo violento. Se nace con un llanto y se desaparece en un segundo. 

Y a pocos le importa.

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